El viento y el agua fueron testigos de su voz temblorosa, tímida, casi al borde de quebrar en llanto. Las manos mojadas de sudor, escurrían entre dos falanges lo poco que le quedaba de cordura. Miraba hacia el abismo más por negación que por adrenalina, sabiendo que ella permanecía a su lado tan simple, tan fresca.
Era la primera vez que lo dejaban jaque mate, lejos de avergonzarse se sentía florecer (en menos de dos días hubiese cambiado hasta la piel por quedarse a su lado). Y en una noche de esas en las que ni muy tarde ni muy pronto la gente huía del frío para sentir un poco menos la soledad golpeando en las pestañas, él abrio su corazón cual Brassavola nodosa. Por un segundo el tiempo se detuvo en ese acorde de sus labios.
Ella sonrió y tomó su mano, era necesario contarle que no estaba solo, que todo iba a pasar. Y se fue.
Pablo volvió un año después al mismo río.
Con un manojo de suspiros, miró el abismo.
Una oruga montaba su pie derecho.
Y entonces comprendió.
Era la primera vez que lo dejaban jaque mate, lejos de avergonzarse se sentía florecer (en menos de dos días hubiese cambiado hasta la piel por quedarse a su lado). Y en una noche de esas en las que ni muy tarde ni muy pronto la gente huía del frío para sentir un poco menos la soledad golpeando en las pestañas, él abrio su corazón cual Brassavola nodosa. Por un segundo el tiempo se detuvo en ese acorde de sus labios.
Ella sonrió y tomó su mano, era necesario contarle que no estaba solo, que todo iba a pasar. Y se fue.
Pablo volvió un año después al mismo río.
Con un manojo de suspiros, miró el abismo.
Una oruga montaba su pie derecho.
Y entonces comprendió.
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