Laura se toca el pelo. Hunde sus dedos con
frenesí en la maraña de nudos con olor a cloro, y siente el calor en las orejas
enrojecidas por el sol de enero mientras piensa para sí que el verano tiene
magia.
El club, la pileta y sus amigas son los
cimientos que construyen la superficie que la mantiene firme ante los nervios
de una promesa que hizo horas atrás.
Laura mira las nubes y se hace la
distraída cuando ve que la sombra de Lucas asoma sobre su hombro anticipando su
llegada. Sabe que en el próximo pestañeo va a sentir una mano en su pelo, y que
inmediatamente después, él va a sentarse junto a ella y reclamarle la prueba definitiva de amor.
La mitad de una plancha de goma eva azul
protege su recién estrenada bikini naranja del áspero suelo de ladrillo. La
intuición de Laura no falla y Lucas se acomoda a su izquierda mientras un
toallón playero de paisaje caribeño a modo de carpa los despeina a ambos y
llena de olor a humedad el estrecho ángulo que separa sus rostros enfrentados.
Laura cuenta uno, dos y se limita a
sonreír, porque antes de llegar a tres la nariz de Lucas roza su mejilla y los labios
le dejan de temblar. Siente el pelo mojado pegado en la cara, le da risa mirar una cara
tan próxima a la suya iluminada apenas por la luz de un sol de mediodía que se
filtra por el toallón, aguanta un poco la respiración para evadir el hedor que aplasta su cabeza, y siente que su título de nena ya no le
corresponde. Llega a contar hasta once y nuevamente el aire fresco choca en su boca
tibia y mojada.
Once segundos duró su primer beso.