Dicen que ella tuvo
mala suerte, pero yo, que siempre creí que la suerte es el pretexto de los perdedores, pienso que el problema es que no quiso elegir.
No quiso que la quieran bien, y por miedo a quedarse sola pudo conformarse con su pasado por no asumir que la soledad era más honda con él a su lado.
No quiso perdonarse a si misma, y se tortura todas las noches pensando en su castillo de naipes todavía de pie.
No quiso aprender de sus errores y se sienta en la mesa con un parche en el ojo y otro en el corazón.
No quiso valorarse, ni quiso entender que con la frente un poco más alto hubiese visto más clara la senda.
Cuando creyó que no estaba equivocada, mostró su escalera real, y desapareció el mundo en burbujas de un demi sec barato. El efímero dulzor que termina el trago con un gusto rancio de fondo.
Yo comprendí sus dudas, más no justifico sus actos.
Y sus pupilas siempre fueron las más negras que conocí.
No quiso correr, no quiso saltar, no quiso o
no pudo confiar en los demás.
Y siento su angustia en mi sangre, porque
la quiero.
Aunque tampoco quiso confiar en mí.