24 agosto 2014

Gajos de mandarina

Una había apagado la luz, acusaba vergüenza. Ya en la oscuridad total, la otra deslizaba su lengua entre los muslos ajenos, como una patinadora sobre hielo. Tanta suavidad hizo que le temblaran las manos al abrirle las piernas. Respiró profundo como cuando se llega por primera vez al mar, y en un movimiento tosco e inseguro, hundió su cara en la novedad.