Sus barbas caen sobre el vanitory rosa, azulejos bordeaux le devuelven el reflejo distorsionado de una frente amplia que desmiente su juventud. Canaletas que debajo de sus ojos acumulan el barro del tiempo, el reproche de los años transitados sin pena ni gloria.
Lustra sus zapatos con la palma de la mano, suave como el asfalto. Ajusta su corbata tanto que se le escapa una carcajada ahogada imaginando que la nuez le atraviesa la tráquea y brota por la cervical.
Su retina prende la lente de contacto y solo atina a gesticular una mueca de sonrisa fingida, de orgasmo incompleto, compromiso justificado.
Trescientas o quinientas o setescientas madrugadas de pupilas de
porcelana penetraron el techo de su habitación gris, tan gris como el
pulóver en el que cada mañana se enreda entredormido, chaleco de fuerza
mental que lo convierte en transehunte monocromático barriendo el polvo
de su alma con un yelmo turbo pegado con cinta scotch.
El portafolio está vacío. El café frío y la tostada se quemó otra vez.
Todos los días son Lunes.
1 comentario:
Una palabra me vino a la mente al leer este texto. Hastío.
Muy bueno Aye.
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